Melania veía caer las lluvia y estrellarse contra el suelo dejando rastros en forma de charcos. Las lágrimas que rodaban mejillas abajo y lo hacían contra la almohada también dejaban su rastro húmedo y discontinuo. La cama deshecha, el olor a humedad, el vacío hiriente que se palpaba y saboreaba por toda la habitación la rodeaban y aislaban del mundo que algunos conocían como 'real'.
El tiritar de sus brazos, dientes y manos iba al compás de la melodía de la tormenta que ocurría en el exterior.
Las lágrimas siempre solían ayudarla a sanar heridas, o al menos a ocultarlas bajo una capa superficial y protectora. La hacían fuerte y conseguían que superase todo aquello que rompía con sus esquemas.
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