Son este tipo de mañanas las que me demuestran quiénes éramos. Completos desconocidos que conocían cada centímetro de aquellos cuerpos. El tuyo, blanquecino entre cuatro paredes confusas. Con tus tres pecas a la altura de tus mejillas, tus labios húmedos, rojizos. Tu boca entreabierta, sin dejar ver tus pequeños dientes algo amarillentos por tu vicio a los cigarrillos, pero siempre apetecible, siempre con esa sonrisa moral típica de tus enormes ojos verdes.
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