Pleno invierno.Soplaba ese viento que agrieta la piel y corta los labios, y enrojece las mejillas. Iba dejando las huellas de sus botas en la nieve sabiendo que pronto desaparecerían cubiertas por una nueva capa. Estaba sola. Le gustaba aquel paraje sombrío y solitario. Gorro de lana gris, bufanda hasta la nariz, y manos tocando la nieve. Todo era tan fácil: Si nadie la veía, nadie podría juzgarla. Realmente estaba saturada. Demasiadas cosas en un mismo verano, demasiadas. Un amor, un desamor, noventa días para leer los libros apilados que ahora estaban colocados en su estantería... La nieve blanca y fría era como su piel. Suave, húmeda como sus labios, y con la misma facilidad para disolverse y a la vez permanecer.
Desgraciadamente todo lo que empieza acaba, por suerte el invierno sólo acababa de empezar.
Desgraciadamente todo lo que empieza acaba, por suerte el invierno sólo acababa de empezar.
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