Ya daba igual, no podía volver atrás. Ahora eran sus ojos, su boca, sus labios los que controlaban su vida. Su paso acelerada hacia la estación de metro, esas prisas por ser puntual, esos besos en la frente, su mirada al otro lado del andén, esos besos bajo el agua, sus abrazos de repente, su sonrisa preocupada, esa cara que ponía cuando estaba enfadado, su afición a las peleas, sus gorras, sus Vans, sus Converse, su colección de fotografías del cuerpo de ella con Polaroid, aquel vídeo que hizo una vez y que nunca subió a la web, aquel secreto que nunca le llegó a contar, aquella noche que se dio cuenta de que la quería, el momento en que todo se rompió en pedazos, aquel abrazo inesperado, aquella declaración sin más, aquel día en el metro en que aquellas dos chicas hablaban de su vida sin saber ni media mitad, el día que reconoció que ella había roto sus esquemas, el día en que todos desaparecieron, incluso ella, aquel día en que fue feliz, aquel día en que bajó al infierno.
Por todo eso y más, decidió recordarlo, vivir del recuerdo de un amor que se extendía como la pólvora a través de sus venas y conseguía calcinarle el corazón cual carbón de coque.
Por todo eso y más, decidió recordarlo, vivir del recuerdo de un amor que se extendía como la pólvora a través de sus venas y conseguía calcinarle el corazón cual carbón de coque.
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