miércoles, 11 de julio de 2012

11

Miró el reloj mirando hacia el final de la calle. Anochecía y todas las luces de la ciudad empezaban a brillar. No tenían reserva en ningún hotel, ni ningún restaurante, ni nada. Simplemente se verían después de tanto tiempo. Y como siempre al parecer, con retraso. No tenía planes para después, pero fingiría que sí para que Maeve le pidiera que se quedase, por los viejos tiempos en los que quedaban día tras día. Su pelo caía lacio y se había vestido como de costumbre: demasiado arreglada para la ocasión. Pero para el caso venía a ser lo mismo, lo cierto era que quería que la viera hermosa. Quería que su amiga viese que estaba bien, que no habían preocupaciones esta vez, que todo había marchado como la seda. Y sus ojos azules lo decían todo sobre ella en aquel momento. Maeve llegaba tres minutos tarde, ella luchaba por no imaginar que no aparecía finalmente, y la vida a su alrededor continuaba como de costumbre, entre tranquila y ajetreada, con el sonido de los cláxons de los taxis y conversaciones de la gente.

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