viernes, 7 de diciembre de 2012

Mil otoños.(1)

Ella odiaba la trigonometría.Siempre le recordó a su vida. No sabía explicarlo, ni definirlo, pero la evitaba. Por las tardes solía pasar horas mirando sus ejercicios. Letras y números se´unían, daban vueltas en boli y papel y llenaban un folio tras otro. Todo bien, pero nunca entendría nada, todo mal. Matemáticas diez, vida, cero y descendiendo. Cuando notaba que no podía más se apartaba de la cocina dejando la libreta, los bolis, sus libros(y su pena) Y subía al tejado. El frío le entumecía todo el cuerpo y le dejaba las mejillas practicamente moradas, pero eso daba igual. El susurro del viento, el cielo oscuro, la tranquilidad de las nubes y el brillo de las estrellas bastaba, era suficiente. Ellas eran perfectas, destelleaban por que sí, sin un motivo, eran ellas mismas, como la trigonometría, como la matemática, perfecta, exacta. Nunca se vio asimétrica. Ni cuando admiraba el cielo, ni mientras caminaba hacia el instituto después de coger el tren, el autobús ni el metro, ni después de escuchar todo el repertorio de música anímica que tenía en el móvil(que era poca). 'La perfección existe en la mente de los imperfectos', se decía. Al final, no importaba ni su pelo lacio, ni sus ojos frondosamente negros que daban miedo, ni sus labios rojos de vampiro. No tenía que ver con una sonrisa que escondía muchas veces, ni con aprobar los exámenes, ni con sus amigos. Tenía que ver con su cabeza. Si dejara de ver la perfección por delante de ella, la perfección sin más, estaría curada. Seria siempre exacta como una ecuación, brillante como una super nova, por que sí, se volvería completa y únicamente ella, y podría quererse. Eso era perfección. Pero de momento lo único exacto era el tiempo y los resultados de sus ejercicios. Una y otra vez lo mismo. Odiaba la trigonométría, el verano, la muerte  y el ruido. Siempre le recordó a su vida, no sabía como explicarlo, ni definirlo, pero la evitaba.

 

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